Algunas configuraciones del aparejo de las carabelas, con distintas combinaciones de velas latinas y cuadradas.
La principal característica que diferenciaba las carabelas de las naves precedentes eran sus velas latinas que, a principios del siglo XV, por regla general, se izaban en todos los palos, cualquiera que fuese su número; esto les permitía ganar barlovento con facilidad. Con vientos duros de popa se solían largar los treos, unas velas cuadradas especialmente concebidas para navegar en condiciones de gran dificultad, y que también se denominaban velas de fortuna. Sin embargo, paradójicamente, la vela latina no respondía bien a la navegación de altura, por lo que las carabelas que se dedicaban a este menester sufrieron adaptaciones mixtas con la vela cuadrada, más efectiva en las duras condiciones del océano.
Los portugueses fueron los primeros en darse cuenta de la peligrosidad del aparejo latino de las carabelas cuando navegaban con vientos duros de través y mar formada; esto se debía a la inestabilidad de la enorme entena y a su difícil maniobra. Para solucionar este problema, convirtieron la vela latina del palo trinquete en cuadrada, resultando así la denominada carabela redonda. La vela cuadrada tenía la superficie mejor repartida a lo largo de la verga que la vela latina de su entena, y por este motivo era mucho más manejable. Dos ejemplos famosos de este tipo de conversiones se dieron en La Pinta y La Niña, las carabelas del primer viaje de Colón: la primera disponía de vela latina y se transformó en cuadrada o redonda en el trinquete y el palo mayor antes de salir de Palos, y la segunda sufrió la misma transformación en Canarias.
Las carabelas portuguesas de la primera época de los descubrimientos eran totalmente latinas, alcanzaban entre 50 y 60 toneladas de desplazamiento, medían de 20 a 25 metros de eslora y disponían de dos o tres palos sin bauprés ni trinquete; el palo mayor se situaba aproximadamente en la mitad del casco, y soportaba una entena cuya longitud llegaba a igualar la eslora. Las carabelas redondas, que se llamaron también en España carabelas de armada, alcanzaron mucho mayor tamaño, especialmente en Portugal, donde llegaron a pesar 180 toneladas y a arbolar cuatro palos, siempre con las velas redondas sólo en el trinquete. Para satisfacer las crecientes necesidades de alojamiento y de estiba de carga, apareció un castillo de reducidas dimensiones a proa que les restó, sin embargo, capacidad de navegar en ceñida debido al aumento del abatimiento.
Con la experiencia acumulada en los viajes océanicos, las carabelas redondas llegaron a altos niveles de perfeccionamiento. Las más representativas de este grupo con las españolas Nuestra Señora de Atocha y Nuestra señora del Buen Suceso, ambas construidas en Lisboa en el siglo XV. No superaban las 80 toneladas y transportaban dos cañones por banda; la tripulación era de 40 hombres y el armamento estaba formado por cuatro cañones y cuatro pedreros (unas bocas de fuego primitivas que disparaban pedruscos de diversos calibres). El aparejo presentaba cuatro palos, y las velas eran latinas excepto en el trinquete, que llevaba velas cuadradas.
Existe una referencia escrita de este tipo de carabelas, realizada por los hermanos exploradores Bartolomé y Gonzalo García de Nodal, quienes, en septiembre de 1618, participaron de Lisboa en un viaje de exploración a Tierra del Fuego. Los cronistas ensalzaron la forma de navegar y la velocidad de estos barcos, que en aquel momento cedían paso al galeón, que se convirtió en el rey del océano un siglo después. En España se conserva un último documento, de 1639, sobre una carabela. En Portugal, su vida fue más larga, y la última noticia de una de ellas apareció en la Gaceta de Lisboa del 11 de junio de 1738; en ella se describe una carabela que varó en la playa de Esmoriz perseguida por los corsarios.
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