Pese a que había buenos oficiales en la flota española fondeada en Cádiz, en la Marina no había expertos artilleros y contramaestres. Este problema se hizo acuciante aunque no era nuevo para la Real Armada desde que entrara en crisis el sistema de matrícula concebido durante la época del marqués de la Ensenada, y que ya denunciara el almirante Mazarredo. Con la súbita puesta en servicio de todos los navíos bajo los requerimientos de Bonaparte, la situación se hizo insostenible.
Durante la guerra contra Inglaterra, en la misma ciudad de Cádiz y en los pueblos cercanos, se practicó la leva forzosa y, con promesas de indulto, se reclutaron muchos voluntarios entre presidiarios y desertores. Se prometió pagar los salarios pendientes a los marinos y darles como compensación tres onzas de oro; también se les aseguró un límite de tiempo de servicio. Estas promesas se cumplieron sólo en parte, por lo que en el momento de volver a dotar de tripulación a los barcos españoles para la flota combinada, la población se mostró muy reticente a enrolarse. En cuanto los soldados de la leva llegaban a un pueblo, los mozos se escondían en el monte. Los barrios más humildes de Cádiz, donde había gente sin trabajo e incluso maleantes, se quedaban desiertos en cuanto llegaban los soldados y funcionarios de la Marina. También eran pocos los hijos de las familias adineradas que se enrolaban como voluntarios ante la gran desconfianza en las prebendas prometidas. Por otro lado, eran comúnmente conocidas las penurias que, ante los retrasos de las pagas, sufrían los oficiales de la Armada para sobrevivir. El propio brigadier Cosme Damián Churruca, una autoridad en ingeniería naval y astronomía, se había visto obligado a dar clases particulares de matemáticas para paliar su depauperada economía.
En este estado de cosas, los barcos españoles se fueron llenando de presuntos marinos que nunca habían pisado la cubierta de un barco. Para agravar la situación, ante la falta de artilleros navales e infantes de marina, se recurrió a la tropa de los respectivos cuerpos del Ejército de Tierra. La mayoría de estos hombres se mareaba, algunos de ellos hasta tal punto que, además de ser inoperantes, obstaculizaban las labores de a bordo y colapsaban la enfermería. Una situación similar la había experimentado Napoleón cuando embarcó en Tolón a su flota hacia Egipto: a las pocas horas de partir el mareo fue generalizado, problema que afectó al propio Bonaparte durante todo el viaje.
No hay comentarios:
Publicar un comentario